La Historia del Rascacielos "Más Pequeño del Mundo"

A principios del siglo XX, J.D. McMahon, un astuto hombre de negocios de Filadelfia, vio en la fiebre del petróleo texano una oportunidad lucrativa: la pillería. Aprovechando la fiebre del oro negro en el condado de Wichita, Texas, decidió combinar petróleo, especulación inmobiliaria y ladrillo para crear un negocio más rentable.

Fiebre del Oro Negro en Texas

En la década de 1910, el condado de Wichita, Texas, experimentaba un auge del petróleo. El descubrimiento de petróleo en 1912 convirtió la región en un frenesí de magnates y trabajadores en busca de fortuna. La actividad era tan intensa que la pequeña capital, Wichita Falls, se quedó corta de oficinas.

El Ambicioso Proyecto de McMahon

J.D. McMahon, observando el auge, decidió construir un rascacielos en Wichita Falls. Presentó la idea a empresarios locales y recaudó $200,000 (equivalentes a unos $3.1 millones hoy). Con esta suma, comenzó la construcción del que sería el nuevo rascacielos de Estados Unidos.

El Engaño Epico

La torre que McMahon presentó a los inversores resultó ser completamente diferente de lo que esperaban. Medía solo 12 metros de alto, seis de profundidad y tres de ancho. Aunque se comparó burlonamente con un "rascacielos para hormigas", McMahon no fue acusado de estafa ni engaño.

La Letra Pequeña y la Confusión

La confusión radicó en la interpretación de las medidas. El plano mostraba una altura de 480, que los inversores asumieron en pies. Sin embargo, la cifra representaba pulgadas. Así, los empresarios pensaron que estaban financiando un rascacielos de casi 150 metros, pero en realidad era de poco más de 12 metros.

El Legado del "Rascacielos Más Pequeño del Mundo"

Aunque los inversores se sintieron estafados, el juez no encontró engaño, ya que McMahon no mintió sobre las medidas. El edificio, conocido como Newby-McMahon, se convirtió en una atracción turística y en "el rascacielos más pequeño del mundo", según "Ripley’s Believe It or Not!". A pesar del ridículo inicial, el edificio conserva su título peculiar y sirve como recordatorio de leer siempre la letra pequeña antes de firmar un contrato.

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